El domingo pasado arribé puntualmente a Aeroparque junto a dos compañeros de trabajo, en el último puente aéreo del día. Vinimos a un seminario organizado por la empresa en una estancia a ochenta kilómetros de Buenos Aires, el establecimiento San Ceferino. Y a pesar de que el remise se retrasó un poco al irnos a buscar, nos subimos al auto a las nueve y media de la noche con mucho optimismo, pensando en el bife de chorizo que íbamos a cenar cuando llegáramos. Nos habían dicho que con la autopista vacía un domingo de noche, no demoraríamos más de cuarenta minutos.

Pero la autopista no estaba vacía, y ese fue el comienzo de los problemas. ¿Por qué había tanta gente saliendo de Buenos Aires un domingo de noche? Resultó un misterio para nosotros, y también para el conductor, que llegó a pensar que podía haber habido algún accidente. Pero no había accidentes, simplemente tráfico, mucho tráfico. Y ahí me di cuenta de que en nuestro querido paisito no tenemos ni idea de lo que es un embotellamiento. Nos quejamos en verano cuando la Interbalnearia está congestionada, los semáforos en La Floresta, la entrada a Salinas, el acceso a Montevideo. Todo un juego de niños comparado con cinco filas de autos en único sentido, parados. Y a medida que avanzábamos a paso lento, fuimos asumiendo que las chances de cenar un bife de chorizo ya eran casi nulas.

Pero bueno, pasados los primeros sesenta minutos de embotellamiento, desembocamos en la siguiente autopista. La Ruta 6, camino a Luján, y a nuestro próximo destino: San Ceferino. Al cabo de media hora, mientras la que iba al lado mío dormía profundamente, empecé a prestar atención a la autopista. Tuve la sensación de que ya habíamos pasado por una determinada rotonda, y cuando miré a mi otro compañero que iba adelante entendí que estábamos perdidos. Muy poco práctico, perdidos en una ruta de la provincia de Buenos Aires, a las once de la noche, un domingo. Y como para mí las cuatro comidas del día son sagradas, lo primero en lo que pensé fue que nos quedábamos sin cenar. Pero la verdad es que era un poco más complicado que eso, había que encontrar el camino.

Como el conductor del remise no tenía GPS (absolutamente inaudito, ya lo sé) y nuestros celulares no agarraban ninguna señal de ningún tipo, el señor se bajó a preguntar en la garita de una fábrica cerrada, si tenían idea de donde estaba San Ceferino. El ser humano dentro de esa garita con la luz prendida era nuestra única esperanza, pero obviamente el pobre guardia no tenía idea de lo que le hablaban, y volvimos a avanzar por la autopista, sin destino. Los tres con los celulares intentando activar los datos, pero nada. Hasta que de repente escuché el mejor sonido del día, la voz familiar de la gallega del GPS que decía “tres kilómetros hacia adelante”. Uno de los celulares había funcionado, ¡estábamos hechos! Tres kilómetros más, una papa.

Pero a los tres kilómetros había que doblar en una entrada que no se veía, y como nos pasamos, el conductor creyó que la mejor opción era retroceder esos doscientos metros. Y ahí estábamos, en reversa por una autopista, con autos que pasaban por el costado a alta velocidad. Y logramos doblar, pero esa no era la entrada tampoco. Y antes de que dijéramos nada el hombre al volante hizo un giro en U, y avanzó unos cien metros a contra mano. Yo cuando vi que el auto que venía de frente nos hacía cambio de luces me encomendé a todos los santos, mientras pensaba como habíamos llegado a tan dramática situación. Pero salimos con vida de la maniobra, y dimos con el camino que marcaba el GPS. ¡Finalmente! Pero el camino decía “PELIGO – GASODUCTO”, y esta vez sí convencimos al señor de que dejara de hacer las veces de Rayo McQueen, y nos llevara por un camino seguro.

Retomamos la autopista y finalmente a los pocos kilómetros vimos la entrada a San Ceferino. Llegamos justo cuando el reloj marcaba la media noche. Gracias a Dios en las habitaciones nos esperaba una cena, y mientras comía pensé en qué afortunada había sido en venir con dos compañeros. El mal trago del viaje, ya se convirtió en uno de esos cuentos que los tres vamos a hacer una y mil veces, y cada vez que lo rememoremos juntos, nos vamos a reír a carcajadas. Si hubiera viajado sola, esto no era más que una mala experiencia, pero el haberlo compartido lo convierte en anécdota. En definitiva, me fui a dormir pensando en lo importante que es tener buena compañía en el camino.

 

2 comentarios en “En el camino.

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