Parece ser un invierno muy lluvioso en estas latitudes, y como a todos nos encanta opinar del clima, lo primero que uno escucha cuando se sube al ascensor en un día nublado es “dicen que otra vez llueve”. Todos estamos pendientes de lo que dijo el pronóstico, y de la hora en que debería desatarse la tormenta, pero la verdad es que la lluvia en sí misma no es lo que más molesta. Podrá ser que arruine determinados planes, suspenda algún evento al aire libre, impida a los recién casados saludar en el atrio, o simplemente deje empapado a algún desprevenido que salió sin paraguas; pero tenemos que reconocer que también tiene su encanto. No hay nada más lindo que escuchar el repiqueteo de la lluvia, o mirar una tormenta desde la ventana. Esa sensación de acogimiento, de estar bajo techo mientras al otro lado del vidrio se viene el mundo abajo, no tiene precio. Y personalmente, me han pasado cosas lindas en días de lluvia, así que le fui tomando cariño. El problema es otro, el problema es la humedad. De la humedad no hay salida, no hay refugio, te persigue. 

Y las mujeres somos las que más sabemos de esto. El primer indicio de que es un día de mucha humedad lo dicta el estado de tu cabello. En estos días, el pelo realmente no tiene acomodo, y si está recién lavado, mucho peor. Doy fe de que en plaza hay muchísimos productos muy buenos, pero después de varios días de alto porcentaje de humedad, no hay óleo, o crema, o gotitas que valgan para combatir el frizz. Lo único positivo es que todo el mundo está en la misma, porque hasta las que tienen el pelo completamente lacio se lo encuentran más pesado, y tienen el tupé de quejarse frente a las que tenemos más volumen, a riesgo de que un día les respondan a los gritos: “¡No tenés idea de lo que es tener el pelo erizado!”.

Y después está el tema de la ropa. ¡Qué tema! Pasan un par de días de lluvia en los que no se puede lavar, y a uno le empieza a venir el ataque. La ropa se va acumulando por minuto, y ni te digo si tenés hijos en edad escolar. Y si tenés varones que justo deciden salir en la media horita que dio tregua la lluvia a patear un rato la pelota, te querés matar. El barro va de la cabeza a los pies, y tu preocupación pasa a ser dónde vas a meter más ropa sucia. Y como el tiempo no mejora y ya el nene no tiene pantalones,  decidís poner un lavado para secar adentro. ¿Para qué? Es una falsa ilusión, porque la ropa adentro termina secándose con un olor espantoso, como a podrido, e indefectiblemente hay que volverla a lavar. Si tenés estufa a leña, la suerte está de tu lado, porque en lugar de quedar con olor a podrido, la ropa queda con olor a humo, que es un poquito mejor.  Y así como envidias a las de pelo lacio porque se les mantiene impecable en las peores condiciones de humedad, pasas a envidiar a los que tienen secarropas, y jurás que el invierno que viene te vas a comprar uno.

Las casas también sufren los estragos de la humedad. Porque con lo que fue este invierno, no creo que nadie se haya librado de los fastidiosos hongos que se impregnan en las paredes. Los baños son los más perjudicados, pero hay veces que atacan algún dormitorio también. Y si te parece que con bastante Agua Jane lograste sacarlos, no, siempre, pero siempre, vuelven. Solo hacen falta unos cuantos días de humedad y ahí los tenés de nuevo. Hasta que te rendís ante su rebeldía y decidís soportarlos hasta que termine el invierno.

Pero lo peor no es ni el pelo, ni la ropa, ni los hongos. Lo peor es como la humedad afecta el estado de ánimo de los uruguayos. Tras que nos encanta quejarnos de todo, en especial del clima, donde no hay lo que nos venga bien, la humedad nos brinda la excusa perfecta. A los que les duele algo, les duelen aún más las piernas, brazos, cintura o articulaciones en los días de humedad. Los que tienen presión baja, casi no se pueden mover, la humedad los deja aplastados. Y los que no tienen ningún problema, por las dudas igual se quejan de la pesadez del tiempo. Cualquier cosa que pasa a tu alrededor se puede justificar con un: «Y qué querés, con esta humedad…». 

El otro día mientras iba a trabajar, escuche a un meteorólogo en la radio decir que el nivel de lluvia estaba dentro de los promedios, y que no había llovido más que en años anteriores. Quedé indignada pensando en toda la ropa que tenía por lavar, y me pregunté: «¿Quién es este meteorólogo que no sabe nada?» Pero después razoné que los números no mienten, y es probable que no haya llovido más que el año pasado. Parece que el problema no es la lluvia, está claro que lo que mata es la humedad.

2 comentarios en “Lo que mata es la humedad.

  1. Buenísimo, Sofi !!! Comparto desde la primera palabra a la ultima de tu columna, es tal cual !!
    Y ni te cuento si sale el sol por unas pocas horas y resulta que la lavadora parece no funcionar !! 😄😄😜😜

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