Así se llamaba una canción del Topo Gigio que escuchaba cuando era niña. Hoy, mientras pensaba en qué podía escribir con motivo del día del padre, se me vino a la mente y mientras la tarareaba, me inspiró para la columna de esta semana.El Topo Gigio decía que le gustaría ser como su papá, para afeitarse, ponerse la corbata, e ir todos los días a trabajar. Claro que es de otra época, cuando los papás trabajaban todo el día, y llegaban a su casa para leer el diario, cenar e irse a dormir. Hoy los papás ya no cumplen con ese estereotipo. Los de hoy cambian pañales, se levantan de noche cuando los niños lloran, los bañan, se ocupan de cosas de la casa, cocinan, ayudan con los deberes y los acuestan a dormir.
Los papás de antes, los de la época del Topo Gigio, miran azorados a sus hijos varones desenvolverse tan bien como las mujeres ante un bebé con el pañal sucio, un niño que se niega a comer, o un pequeño al que hay que bajarle la fiebre. El modelo de familia cambio, ahora todo es compartido, y los papás ya no quieren perderse de pequeñas cosas que antes quedaban reservadas solo para las mujeres. Celebro eso, y así es como funciona mi familia.
Pero a pesar de que cambiaron tantas cosas en veinticinco años, la esencia de la canción se mantiene vigente. Habla desde el lugar del niño, que quiere parecerse a su papá. Si la buscan, van a escuchar la voz media ronca del Topo Gigio entonar «qué lindo sería parecerme a mi papá». Los papás tienen esa mezcla de autoridad y cariño perfecta, que hace que los chicos, y no tan chicos, los miren con una admiración absoluta.
En este domingo, dedicó la columna a todos los papás. A los de la nueva generación, que como mi marido, hacen que la crianza de los hijos sea algo compartido, desde todo punto de vista; y a los de la vieja escuela, como mi papá, que aunque se perdieron la experiencia de cambiar pañales, nos lo compensaron con todo el cariño del mundo.
A todos los que pasan horas pateando la pelota, haciendo que sus hijos crean que son tan talentosos como Suarez; a los que cantan y bailan las canciones de niños, sin temerle al ridículo; a los que invierten mucho tiempo en el armado de pistas de autos o castillos de princesas; a los que los hamacan hasta llegar al cielo en la placita de la vuelta, y con mucha paciencia, les enseñan a andar en bicicleta. Más allá de estereotipos, y de cómo sean las familias dentro de veinte años, esas son las cosas que no cambian, y no se olvidan. Son las cosas que hacen que todos los niños del mundo digan, como el Topo Gigio: quisiera ser como mi papá.