El próximo jueves se festeja el Día del Libro en nuestro país. Es una fecha que conocemos desde niños, y que seguramente nos repitieron durante todos los años de primaria, ya que se conmemora la apertura de la Biblioteca Pública Nacional. No es un día de esos que uno recuerda mucho, y probablemente se le da más trascendencia al Día de la Secretaria o al Día de la Primavera, que al Día del Libro. Y justo esta semana nos encuentra a todos preocupados y opinando sobre dos temas claves: la suba del IRPF y la lesión de Suarez. ¿Quién va a hablar del Día del Libro? Confieso que yo lo recordé porque vino en el cuaderno de comunicados de mi hijo, y como este blog no es de política ni de deportes, no quise dejar pasar esta oportunidad para dedicarle una columna a los libros, y a los amantes de la lectura.
Hay tantos tipos de lectores como personas en el mundo. Estamos los que leemos desde niños, y que venimos acumulando una biblioteca desde entonces, con libros que ya no tenemos donde guardar, pero que nos negamos a tirar o regalar. Están los que le agarraron el gustito de grandes, y se sorprendieron a sí mismos enganchándose con un libro, que sin saber cómo los atrapó, y nunca más dejaron el vicio. Están los que leen solamente en vacaciones, cuando la mente está desconectada y el cuerpo relajado. Están los que leen rápido, los que leen más lento, los que leen y releen, y los que devoran libros. Y están los que leen el final cuando van por la mitad del libro, o que adelantan un par de capítulos cuando les gana la ansiedad, entre los cuales me incluyo. Por suerte para leer no hay reglas, o las hay tantas como tipo de lectores. Es un fantástico mundo donde todo vale.
La lectura es un entretenimiento milenario, que se ha sostenido en el tiempo durante siglos, prácticamente incambiado. Claro que hoy hay quienes leen en el iPad o en el Kindle, pero el hábito en sí mismo se mantiene igual. Es algo que resulta bastante curioso, sobre todo con el ritmo vertiginoso en el que evolucionamos últimamente. Porque obviamente en el siglo XVII se pasaban leyendo, ¡no tenían nada mejor que hacer! Pero que hoy, con todo lo que hay para ver en Netflix, para chusmear en Facebook, para seguir en Instagram, en Twitter o en Pinterest, sigamos eligiendo un libro, es prácticamente un misterio. Es que hay algo especial en los libros, algo que hace que no te importe cargar con tres o cuatro tomos pesados para cambiar con un amigo, o llevar todos los días a la playa la especie de biblia con la que te enganchaste en vacaciones. Algo que te hace dejar el celular por un ratito, y desconectarte de este mundo, para conectarte en otro.
Creo que el secreto está en que en un libro uno crea su propia versión de la historia, ya que por más bien escrito que esté, hay mucho que queda librado a la imaginación. Los personajes existen en tu mente de una forma única y diferente, y eso crea un vínculo especial. Justo hace unos días comentaba con una amiga sobre ese sentimiento que te invade cuando terminas un libro que te gustó mucho. Es una especie de desazón, porque de alguna manera extrañás a los personajes, o a la historia, o al tema, o a ese mundo en el que te habías sumergido. Porque cuando uno se mete dentro de un libro, es como que de verdad ve, huele, escucha y siente lo que está pasando, en definitiva lo vive. Por eso es que con cada buen libro que abrimos y cerramos se genera un vínculo personal y diferente, y que con algunos, queda para siempre.
Un libro que leí hace poco termina con un concepto que me gustó mucho, y que viene como anillo al dedo para el tema de hoy. Dice que el arte de leer es un ritual íntimo, y que los libros son como espejos, en los que vemos reflejadas cosas que ya llevamos dentro. Debe ser por eso que hay libros que nos marcan en algún momento, y que a veces si los volvemos a leer, no nos impresionan tanto. Y debe ser esa magia de nuestro propio reflejo lo que hace que la lectura se mantenga vigente.
Para terminar, quiero compartirles una imagen que me gusta mucho, y que le hace honor a la fecha. Creo que es válida por eso de que una imagen vale más que mil palabras, incluso hoy que estamos hablando de libros, y porque fue la que me inspiró para escribir la columna de hoy.
Buenazo.
Queda sonando el tema de la relación de los libros con las películas. La hermandad con los personajes de películas y series.
No puedo recordar de quién es esta frase: los libros que más nos gustan son los que dicen lo que ya sabemos.
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¡Gracias! Genial la frase, parece para esto. Si, lo de la relación con las películas es un tema aparte, ya escribiré algo de personajes de series, es un pendiente. Encabeza Walter White 😉
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Totalmente compartido el amor por los libros y la buena lectura.
Si no lees no pasa nada si lees pasa mucho.
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Buenísima tu columna y muy cierta, es algo único y totalmente vivencial cuando te
apasionas con un libro.
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Nunca olvido frases y dichos de personajes entrañables. Son tus amigos durante el tiempo que dura esa lectura. Cuando llegas al final cuesta la despedida, o no
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¡Totalmente de acuerdo!
Creo que uno también es, en parte (por supuesto), lo que ha leído.
Invitemos a las generaciones más nuevas a descubrir la experiencia de leer.
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