Cualquiera que haya leído algún libro de Carlos Ruiz Zafón seguro recuerda este lugar emblemático, mágico, como salido de una fábula. Es un lugar secreto, que muy pocos conocen, y cuya existencia se va transmitiendo de generación en generación. Es una suerte de laberinto misterioso, abarrotado libros en distintos tomos y ediciones, donde es muy fácil perderse, pero donde uno siempre encuentra el libro que está buscando. O quizás debería decir que es el libro el que lo encuentra a uno, porque nunca se sabe cómo funcionan las cosas en el Cementerio de los Libros Olvidados. Este lugar, que existe solo en mi imaginación, y en la de todos los que leímos a Ruiz Zafón, fue lo que me inspiró para escribir esta columna, y publicarla hoy, en el día del libro. 

Todos los libros que van a parar al Cementerio de los Libros Olvidados tienen una historia, fueron libros que quedaron en desuso a través de los años, libros que por algún motivo nadie quiso, o libros que alguien quiso salvar, poner en un lugar seguro. Y las reglas son claras: una vez que uno entra al lugar tiene que elegir uno para rescatarlo, para leerlo y volver a darle vida. Porque sin duda para eso están los libros, para ser leídos y releídos, para despertar en nuestra imaginación todo lo que el escritor nos quiso decir, para generarnos complicidad con los personajes, y hasta en algunos casos, para formar parte de nuestra vida. Este es un tema que ya he tocado en otras columnas, por eso hoy elegí abordarlo desde otro ángulo.

Tal como en el Cementerio de los Libros Olvidados, cada libro que leemos tiene su historia. Quién te lo regaló, cuando te lo regaló, lo que escribió en la primera página al dedicártelo. O quizás quien te lo prestó, y a quien se lo prestaste después, o con quien lo comentaste. Quién te lo recomendó, sea un amigo o un librero, uno nunca se olvida de las buenas recomendaciones. Donde lo compraste, quizás en un viaje o quizás en la librería de la esquina con una amiga. A quien perteneció el libro antes de llegar a tus manos, esos de hojas amarillas que vienen de dos o tres generaciones para atrás, siempre tienen un gustito especial. O las distintas ediciones, que nada tienen que ver con lo que está escrito dentro, pero que nos cautivan antes de empezar a leer.

Todos estos son factores que hacen a los libros especiales, y que funcionan como aditivo del contenido que tienen dentro. Por eso nos cuesta tanto desprendernos de un libro, porque no nos desprendemos solamente de una cantidad de papeles encuadernados, que probablemente nunca más vamos a volver a leer. Cada libro que abrimos y cerramos tiene con nosotros una historia, nos marca un momento, o nos recuerda a alguien, y por eso es tan difícil deshacerse de ellos, aunque puedas bajarte el mismo texto en el Kindle, o conseguir el resumen de la historia en Wikipedia.

Hace poco falleció mi abuela, y hubo que vaciar su casa. Entre otras cosas, había que desarmar lo que aún quedaba de la biblioteca de mi tía Magdalena, profesora de literatura, que también se fue hace unos años. Me llevé unos cuantos, menos de los que hubiera querido, porque no tengo donde guardarlos. Ya leí dos o tres, otros están para leer, y otros es probable que nunca los lea, pero los tengo conmigo. Mientras buscaba entre todos esos libros, tuve la sensación de estar dentro del Cementerio de los Libros Olvidados, en una versión mucho más pequeña que la de Ruiz Zafón, pero mucho más real. De repente cobró sentido toda la fábula de elegir un libro para volver a darle vida, y sentí que rescataba varios tomos que mi tía probablemente había adquirido con mucho cariño, y con los cuales tenía una historia. Hoy ya forman parte de la mía.

El resto de los libros de esa biblioteca, los rescató de alguna forma mi papá. Hasta ahora los tiene guardados en cajas, esperando con mucha paciencia a que vaya a elegirme algunos más. Cada tanto me recuerda que los tiene, y que le ocupan espacio, pero me parece que a él también le cuesta desprenderse de ellos.

Hoy, en el día del libro, les propongo que rescaten algún libro. Que busquen algún Cementerio de Libros Olvidados, como la biblioteca de mi abuela o las cajas de mi padre, y elijan uno. O quizás es mejor dejarse llevar y que el libro los elija a ustedes, al menos en las novelas de Ruiz Zafón siempre funciona, y la elección cobra sentido de alguna forma u otra.

Yo ya elegí el mío, un libro que me regalaron y dedicaron en el año 95, y que me está esperando en la mesa de luz. Debe tener algún sentido habérmelo cruzado ahora.

6 comentarios en “El Cementerio de los Libros Olvidados

  1. ¡Sofi!
    Me encanta Ruiz Zafón. Me encantó tu columna.
    Sé lo que es tener libros leídos, releídos y sin leer. Libros en estantes, en doble y hasta triple fila, libros en cajas y libros que no terminan de encajar. Libros comprados, libros regalados y heredados…
    Y otros que siguen esperando.
    Gracias por tus palabras.
    Un beso grande,
    María del Huerto

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